Las películas, de ficción o no ficción, de Ángeles Cruz, Lucero González, Natalia Almada, Tate Taylor, Theodore Melfi, Julio López, Rungano Nyoni, Silvia Tort, Valeria Mancheva, Fabián Archondo, Josafat Sierra, Jonathan Dayton, Valerie Faris, Hayao Miyazaki, Medhin Tewolde; componen estos dos meses de febrero y marzo, una oferta curatorial de PROCINE CDMX -para el circuito de exhibición alternativa cinematográfica, cineclubes y el Festival Tiempo de Mujeres- basada en el reconocimiento del trabajo, de la lucha, de la resistencia y de los sueños de las muejres del siglo XX y XXI.

Asimismo, los textos de Claudia Garibaldi, Ilse Morales y Merle Iliná, incluidos en el número del Blog de los Cineclubes de estos meses plasman en palabras la necesidad de hablar de nuestros derechos laborales y sociales.

Con estas películas y estos artículos queremos hacer un recuento histórico de lo que ha significado la dignidad, la justicia y el trabajo reconocido y remunerado para miles de mujeres. Por ello hacemos que las películas nos hablen de lo que históricamente hemos hecho las mujeres: cuidar, maternar, obedecer, callar ante el racismo y la discriminación; pero también de gritar, protestar, desobedecer, actuar en colectivo, pensarnos hermosas, hacer uso libre de nuestra sexualidad e identidad de género; trabajar en lo que nos gusta y creemos, y siempre siempre, bailar.

Las películas que estos dos meses nos acompañarán, provenientes de México, Estados Unidos, Inglaterra y Japón nos hacen ver escenarios distintos en cuanto a colores e historias locales, pero nos sorprenden la líneas narrativas de historias femeninas globales y estructurales.

De igual forma, los artículos vertidos en el Blog nos muestran distintas miradas de como se trabaja en la industria audiovisual mexicana.

Rompamos pues las barreras comunes que nos han frenado y abramos las ventanas del celuloide que nos permiten reconocernos y trabajar juntas.

Por un cine libre e igualitario con mujeres trabajadoras.

Hace  100 años Virginia Wolf predijo en Una Habitación Propia, que para este siglo las mujeres trabajaríamos en la mayoría -si no es que en todas- las profesiones y oficios existentes, incluso en aquellos considerados estrictamente masculinos. Y no se equivocó, las mujeres ya no solo estamos acotadas a lo doméstico, el derecho al voto y la liberación  sexual de la lucha feminista nos han traído muchas libertades que ésta y las nuevas generaciones ejercemos. Bajo esa lógica, cualquiera pensaría que ser mujer cineasta en pleno siglo XXI no es una tarea difícil, además el mundo digital y la globalización supuestamente han democratizado la realización cinematográfica, han abierto la posibilidad de que “cualquiera” haga un corto o un largometraje. Sin embargo (porque siempre hay un pero), las mujeres cineastas de México sabemos que el camino nunca es fácil. Ser mujer nunca es fácil. 

Tilda Swinton, en la serie documental “Women make film” narra que el cine mundial sigue siendo un Club de Toby, donde a pesar de los años de lucha por ser consideradas personas (como cualquier otro ser humano),  se sigue creyendo que las mujeres tenemos menos talento y menos capacidades que los hombres. En un oficio (sí, porque el cine antes de ser arte, es un trabajo) donde las jerarquías patriarcales se imponen, se sigue creyendo que por ser mujeres merecemos menos salario, que debemos mantenernos calladas, aprovechar las oportunidades que los hombres (mayormente) nos ofrecen y que debemos estar sujetas a las evaluaciones de nuestros compañeros, porque si protestamos o cuestionamos sus comportamientos, “nadie nos va a querer llamar a trabajar”. 

Ser mujer en una sociedad profundamente misógina y objetizante es navegar contracorriente;  aún así han habido muchísimas mujeres que han derribado las brechas y han logrado hacer sus propias películas, con su punto de vista y sus dinámicas de rodajes, sin seguir las imposiciones de un cine predominantemente patriarcal. Esto no sería posible sin la fuerza del sentido de comunidad que se crea cuando un grupo de mujeres se junta a reflexionar y a accionar. 

Sí, las colectivas de generaciones pasadas nos han trazado el camino para que hoy podamos incidir en el ámbito profesional, para que muchas cineastas hagamos realidad nuestro sueño de hacer películas; sin embargo, (siempre hay peros), las condiciones laborales dentro del medio cinematográfico distan mucho de ser justas y dignas para muchas de nosotras, sobre todo, para las menos privilegiadas, y eso, compañeras, debe cambiar, por la salud del oficio cinematográfico debemos ser conscientes del valor de nuestro trabajo, de la importancia de la colectividad y la fuerza disruptora de la empatía.

En ese sentido, las películas hechas por mujeres son disruptoras por sí mismas porque han navegado a contracorriente, porque han nacido en un entorno que busca invisibilizarlas, callarlas, someterlas. En este sistema, ir contracorriente es básicamente ser nosotras mismas, abrir la boca y levantar la voz a través de nuestro trabajo. 

Por ello, es momento de ver, conocer y reconocer esa mirada de las cineastas, de escuchar con atención esas voces que a través de su oficio cinematográfico nos comparten el universo de sus inquietudes y sus reflexiones. 

Sin temor a equivocarme, estoy segura que el cine no hegemónico hecho por mujeres o disidencias es el que va a cambiar el rumbo de la cinematografía nacional, como ha pasado en varios movimientos sociales alrededor del mundo (como Black Lives Matters y el activismo medioambiental de Greta Thunberg). Por eso concuerdo con Rita Segato cuando dice que la lucha feminista es la lucha colectiva por mejores condiciones para todas, todos y todes. 

 

Una una o dos veces al año, con mucha suerte, encontramos películas enfocadas en la relación del humano con la naturaleza y la vida que emana de ella. Podemos hallarlas en tonos de comedia o sarcasmo y con reflexiones cargadas de agenda política y económica (No mires arriba, Adam McKay, EUA, 2021) , pero sólo ha habido un cineasta dedicado, a lo largo de sus quince cintas, a hablar de las consecuencias incostebles de la guerra y la pérdida de sensibilidad, acarreadas por la revolución industrial: Hayao Miyazaki.

El dibujante, guionista y director presenció los ataques bombarderos estadounidenses a Japón y la lenta reconstrucción de su país, sobreviviendo, únicamente, de la incipientes industrias alimentarias y de aviación. Estos sucesos fueron suficientes para marcar la concepción de vida del artista y trasladarla al papel y al celuloide.

Nausicaä del Valle del Viento (1984) nos narra un mundo posguerra intoxicado por los gases militares e industriales, con personajes aún con sed de invadir

territorios y usar armas, incluso mitológicas, que aseguren la victoria al jugador más poderoso. En ese contexto, Miyazaki reflexiona sobre el liderazgo que se necesita en un momento así: ¿Uno que prometa glorias bélicas, o uno que guie hacia la reconstrucción de la vida? Miyazaki opta por lo segundo, a través de una joven con características que la humanidad ya ha perdido: determinación, valentía, gentileza, respeto y conexión espiritual con el entorno.

Con criaturas que se desbordan por la pantalla, paisajes exuberantes y un toque de fantasía, Miyazaki da voz al grito desesperado de la naturaleza y sus criaturas, que se revelan contra el hombre y sus artefactos de guerra; Nausicaä, la joven princesa noble, será el heraldo de una nueva era.

Inspirado por Tolkien, otro sobreviviente de la guerra y preocupado por la naturaleza, Miyazaki nos entrega Nausicaä, que a 39 años de su estreno se mantiene completamente vigente, en medio de esfuerzos mundiales por revertir la crisis climática y los discursos de odio. Sólo queda recuperar una cuestión: ¿necesitamos un liderazgo pertinente para ello?

 

Es en Marzo, víspera de la conmemoración del Día Internacional de las Mujeres, cuando como sociedad nos hacemos más conscientes para reconocer y mirar las tan diversas realidades que vivimos. 

Una poderosa herramienta para ello es el cine documental o de no ficción, arte en el que, gracias al movimiento organizado de cineastas que han logrado conquistar espacios ocupados durante mucho tiempo sólo por los hombres, participamos más activamente como creadoras y contadoras de historias, nuestras propias y nuevas representaciones sobre aquello que nos ha tocado vivir, más plurales y con miradas críticas a las normas y estereotipos de género que nos han encasillado. 

Estamos construyendo nuestras propias representaciones en el cine, contando nuestras propias historias, en un contexto donde se emerge más fuerte el cine de autor femenino, y en muchos casos feminista. Hemos visto cómo un crew de morras documentalistas hace magia y con ayuda de una cámara transmutan realidades muy diversas en narrativas a favor del entendimiento, la

justicia y el cambio, especialmente cuando se trata de contar las historias de otras mujeres. Existe cierta complicidad entre nosotras, pues nos es más fácil entablar algunas conversaciones con otras mujeres y reflejarnos, pues todas somos espejos. 

Nuestro trabajo tiene un valor incalculable, pero es de subrayar que muchas veces lo realizamos pro bono, o en condiciones precarizadas, pues siguen existiendo barreras invisibles en nuestra industria para que las mujeres accedamos a los recursos para hacer cine, y en el largo plazo podamos compaginar libremente nuestras metas creativas y profesionales, con nuestros proyectos personales y familiares de vida. Esto es especialmente cierto en el caso de mujeres de distintos contextos geográficos, raza, clase, acceso a educación formal, situaciones familiares y muchas otras realidades dispares.

Que las reflexiones que encendamos en marzo nos acompañen todo el año y nos inciten a ver más cine documental hecho por mujeres, y a reconocer nuestra labor en este arte.